jueves, 30 de abril de 2009

Exigir para educar

Me ha llegado este documento y tras leerlo, me ha parecido que contiene pistas interesantes que nos pueden venir bien en nuestra tarea. Así que lo añado aquí para que lo imprimáis o leáis directamente del ordenador.

Un saludo y feliz puente!!

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EXIGIR PARA EDUCAR
La exigencia debida

Tomás Prieto del Estal


INTRODUCCIÓN
Hoy en día la exigencia no tiene buena prensa. Probablemente no resulta funcional para mantener el sistema consumista sobre el que se asienta la sociedad. Pero en nuestro fuero interno sabemos que todo lo valioso lo hemos conseguido con esfuerzo y nuestros hijos tienen que desarrollar la capacidad de exigirse para llegar a ser adultos libres y felices.
Justificar la necesidad de la exigencia en educación, determinar los ámbitos de exigencia y detallar cómo ha de ser la exigencia de los padres son contenidos esenciales de esta nota técnica.


LA NECESIDAD DE LA EXIGENCIA
Alfonso Aguiló cuenta un relato que sirve para ilustrar la importancia de este aspecto educativo. Un rey recibió como obsequio dos pequeños halcones y los entregó a uno de sus hombres para que los cuidara. Pasado el tiempo, el instructor comunicó al rey que uno de ellos estaba perfectamente capacitado para volar, pero el otro no: desde el primer día estaba posado en una rama, hasta el punto de que tenían que llevarle su alimento a ese lugar.

Pidió consejo a muchos curanderos y sabios, pero nadie supo darle razones que explicaran el comportamiento del animal. Un buen día el rey vio desde su ventana que el halcón volaba ágilmente por los jardines. Inmediatamente mandó llamar al autor del milagro, y para su sorpresa le presentaron a un humilde campesino que respondió a los requerimientos del monarca: “Alteza, lo único que hice fue cortar la rama sobre la que reposaba. El pájaro no tuvo más remedio que emplear sus alas y echar a volar”.

Este sencillo relato nos puede hacer reflexionar sobre el daño que en ocasiones sufren los niños y jóvenes que a lo largo de su vida han tenido todo resuelto. Si les resolvemos continuamente sus problemas, les protegemos de cualquier peligro, si satisfacemos inmediatamente sus demandas y no les exigimos, estamos impidiendo que elaboren sus propios recursos para salir al paso de las situaciones y prepararse para la vida.

Evidentemente, no podemos hablar de educación si no hay exigencia. Nuestro hijo es un ser único e irrepetible y somos nosotros, los padres, quienes podemos sacar lo mejor de él. Pero eso no es fruto del azar ni de la improvisación, sino que hay que proponérselo. Inevitablemente requerirá esfuerzo por nuestra parte y por parte del hijo, y sólo si no cejamos en el empeño el hijo conseguirá poner en acto sus potencialidades. ¿O es que es mejor vivir como un ave de corral cuando estamos llamados a planear como un halcón?

Tristemente, esta mentalidad está muy instalada. En concreto en España, el ámbito familiar se ha visto afectado por el movimiento pendular que ha experimentado nuestra sociedad en los últimos treinta años. Javier Urra lo explica en su conocido libro El pequeño dictador:

“Se dice que quienes nacieron entre 1950 y 1970 no disfrutaron de todo lo que hoy dan a sus hijos. Los años del hambre habían sido superados pero la educación que recibieron de sus padres respondía a un patrón altamente sancionador. Algunos “expertos” difundieron en los años setenta que a los niños había que darles toda la libertad (la que ellos no habían tenido) para que no sufrieran trauma alguno...El “dejar hacer” se constituyó en paradigma de una ciudadanía que anhelaba disfrutar de la democracia. La autoridad debía ser desplazada, la disciplina era algo caduco... Y, efectivamente, esos valores se diluyeron sin que ninguna otra referencia orientara la labor de padres y educadores”.

Las consecuencias de ese cambio social y familiar pueblan nuestras calles y centros escolares: son los hijos de esta generación, jóvenes que se han criado en una “vida-muelle”, sin normas claras y sin un referente de autoridad. Sus valores son los de la “tele-basura” que ha creado en ellos expectativas de alcanzar sin esfuerzo objetivos ambiciosos.

Tal vez esta explicación nos ayude a entender por qué el esfuerzo hoy en día no cotiza al alza. Vistas las consecuencias, tenemos que recuperar ese protagonismo indiscutible que la exigencia y la disciplina deben tener en la labor educativa que padres y profesores de hoy realizamos con nuestros hijos y alumnos.

EL MIEDO A EXIGIR A LOS HIJOS

Otro aspecto bastante generalizado es el miedo a exigir a los hijos. Tal vez algunos padres temen perder el cariño de los hijos si les exigen aquello que pueden y deben hacer por sí solos.

Pues bien, la percepción que tienen los hijos sobre el tema es muy distinta, casi opuesta, ya que para que el hijo se sienta querido y valorado es imprescindible que se sienta exigido. En el ámbito laboral sucede algo similar: o las responsabilidades que te confían tus superiores se adecuan a tu capacidad, o te sientes infravalorado, te aburres y , en consecuencia, buscas otro trabajo donde te valoren mejor.

Si profundizamos un poco más en este miedo a exigir a los hijos, nos encontramos dos actitudes de fondo:
i. Hay miedo y falta de motivación del padre para exigirse a sí mismo.
ii. Hay miedo a que los hijos “se rompan” a causa de nuestra exigencia.

Esto nos da pie para hablar de dos cuestiones fundamentales: el ejemplo en la exigencia, por un lado, y la exigencia adecuada a la realidad de los hijos, por otra.

El ejemplo en la exigencia
Es verdad que la sociedad y los medios de comunicación no son precisamente “facilitadores educativos”. Pero un ambiente externo hostil no es un problema insalvable. El único problema verdadero y la única solución posible es lo que nuestro hijo vea en casa. Para educar bien, debemos aumentar la presión en casa, pero no la presión hacia los hijos sino hacia nosotros mismos. Si nos exigimos más nosotros mismos, educaremos mejor.

Efectivamente exigir a los hijos implica exigirse a uno mismo. Los hijos nos están mirando siempre, ven y captan mucho más de lo que nosotros pensamos, y sacan sus propias conclusiones. Esto no quiere decir que no podamos cometer errores; nuestros propios errores pueden ser educativos, si los hijos conocen nuestra intencionalidad educativa (no es tan educativo lo que uno hace, como las intenciones con que lo hace). Pero para que eso se dé, los padres debemos ser auténticos, transparentes. Además de ser explícitos en los valores, debemos vivirlos con verdadera convicción y sentirnos orgullosos de ello.

Los hijos, pues, aprenderán mucho observando la alegría en los sacrificios de sus padres. Quejarse del trabajo o de los esfuerzos que es preciso realizar, por ejemplo, contribuye a crear un ambiente familiar contrario a la fortaleza y a la exigencia personal ya que podría llegar a pensar que “hay que esforzarse porque no hay más remedio”.

Pero esto no se improvisa. Desde que deciden iniciar una vida juntos, los padres deben crear una cultura familiar que favorezca la exigencia, empezando, lógicamente, por la exigencia personal de ambos.


La exigencia adecuada
Puede que no exijamos a los hijos por miedo “a que se rompan”. Pero los hijos no se rompen si la exigencia de los padres es la adecuada. ¿Y de qué manera conviene exigir a los hijos?

Teniendo en cuenta las posibilidades y limitaciones propias de cada hijo (sus puntos fuertes y sus puntos débiles), que dependerán de su desarrollo evolutivo, de su temperamento y de sus circunstancias particulares.
Exigiendo tanto como hayamos ayudado, ni más ni menos. Parece obvio, pero en muchas ocasiones exigimos comportamientos o destrezas que nosotros no hemos “enseñado a hacer”. Si el niño no sabe, no podrá hacerlo bien y se percatará de nuestra actitud injusta, pues le pedimos lo que no puede dar.
Con cariño. Ningún niño “se rompe” si la exigencia viene envuelta en el cariño de sus padres. Si procuramos decir las cosas con serenidad, comprendiendo al hijo y seleccionando con tacto las palabras, el hijo podrá advertir más fácilmente que lo único que nos mueve es la búsqueda de lo mejor para él.
Hay que estar próximos al hijo, tanto física como psicológicamente. Si vamos a exigirle un esfuerzo, no es conveniente hacerlo por teléfono. Es difícil exigir a los hijos si a diario no compartimos tiempo con ellos. En otro orden de cosas, es muy importante que perciba nuestra proximidad psicológica: no exigimos desde el otro lado de la barrera, sino que estamos junto a él implicándonos en su decisión.
Es imprescindible motivar a los hijos, “vender” bien la conveniencia del esfuerzo que les estamos pidiendo. A mayor esfuerzo, mayor motivación. Una vez alcanzado el objetivo, habrá que saborear la satisfacción del resultado.
Con determinación. Si falta seguridad y firmeza por nuestra parte (o si damos excesivas explicaciones, como si necesitáramos que el hijo muestre comprensión hacia nosotros), descubrirá nuestra vulnerabilidad y volverá a la carga con nuevas estrategias.

Como padres, debemos ajustar también nuestras expectativas. No podemos pretender que todo lo que hacemos y exigimos sea del gusto de los hijos (igual que en el ámbito laboral, sería un disparate que la persona despedida de la empresa, se vaya contento y dando las gracias a la compañía). Es preciso pasar por el trago de que a los hijos no les parezcamos unos padres maravillosos. Podemos decir que forma parte del guión.

¿EN QUÉ AMBITOS DEBEMOS EXIGIR A LOS HIJOS?

Tenemos que conseguir que nuestros hijos rijan su conducta por el principio del deber (hago lo que conviene, aunque no me apetezca) y que desechen el principio del placer (hago lo que me dicta mi capricho). Sólo así podrán valerse por sí mismos y podrán hacer frente a las inevitables dificultades de la vida. Además, para mantenerse ahí (haciendo lo que deben y haciéndolo bien) tendrán que experimentar el gusto por la labor bien hecha.

Un primer ámbito es la exigencia en el uso del tiempo. Hay que establecer un horario “de lunes a lunes”, para levantarse y para acostarse, de manera que puedan encontrar tiempo para todo, también para jugar. Si exigimos en este campo, podremos ir consiguiendo más rapidez en las acciones en las que nuestro hijo se demora en exceso.

Un ámbito muy importante y muy extenso es el de los deseos y caprichos. El comportamiento infantil gira en torno al “me gusta-no me gusta”, pero si se toma el capricho como norma de comportamiento, estaremos mal-formando la afectividad del adolescente. Luego la “guerra al capricho” debe ser un compañero de viaje.

Es necesario exigir en las normas de convivencia familiares. Son una obligación y un medio de expresar nuestro respeto a los demás.

Debemos exigir también en la generosidad. Primero, dando cosas; después, dando tiempo, y por último, dándose ellos mismos.


CONCLUSIÓN

Exigirse a uno mismo y exigir a los hijos es imprescindible para educar bien. Y aunque es difícil, es posible. Podemos educar en el esfuerzo, en la superación, en el tú, en el ser. Susanna Tamaro afirmaba en una entrevista que “para ser padre hoy en día hay que ser un héroe y atreverse a decir que no constantemente. La clase dirigente del mañana serán los niños a los que se les haya dicho que no. Serán los únicos que habrán conservado la capacidad autónoma de pensar”.

No perdamos la esperanza. Nuestros hijos nos lo agradecerán.